domingo, 18 de noviembre de 2012

La novia de la muerte


La heroína es una droga altamente adictiva.
Al principio, sus  efectos son muy placenteros,
 lo que propicia una conducta de consumo continuado y repetido.
Este consumo continuado de heroína provoca, rápidamente, un fenómeno de
tolerancia. Es decir para conseguir el mismo efecto o evitar los síntomas de
abstinencia, el adicto necesita cada vez dosis más altas, siendo necesarias hasta
10 veces más al cabo de un cierto tiempo de consumo.
Con el tiempo, la heroína pierde la capacidad
para producir el bienestar inicial que
producía, lo que provoca un malestar cada
vez mayor. Si al principio la obtención de
placer era la causa del consumo, con el
paso del tiempo, lo que el heroinómano
busca es aliviar el malestar que le produce
la ausencia de la heroína.
La supresión del consumo de heroína
ocasiona la aparición del síndrome de
abstinencia (conocido popularmente
como “mono”). Se trata de un conjunto
de signos y síntomas entre los que
destacan: ansiedad, agresividad,
midriasis (dilatación pupilar),
lagrimeo, sudoración abundante,
escalofríos, temblores, “piel de gallina”, diarrea, náusea, vómitos, embotamiento
mental, hiperactividad locomotora y dolores articulares.
El “mono” aparece aproximadamente a las 8 horas de la última dosis, generando
un profundo malestar entre las 36 y 72 horas y pudiendo durar hasta 10 días.
Aunque el síndrome de abstinencia no supone un grave riesgo para la salud, es
una  experiencia muy temida por el heroinómano.
Llega un momento en que toda la vida del adicto gira alrededor de la búsqueda,
obtención y consumo de la heroína. Los heroinómanos dejan de mostrar
interés por su entorno, por su familia y por sus amigos. Todo su pensamiento
gira constantemente alrededor del consumo de la droga. Pierden el sentido de
responsabilidad respecto a si mismos y a los que le rodean y, a menudo, no cumplen
con las exigencias de la vida de estudio o profesional. Se aíslan y se limitan a un
contacto superficial con el medio ambiente en el que viven.
Es frecuente el abandono del grupo de amigos habituales, la disminución de la
capacidad para ejercer la profesión aprendida, la pérdida de la actividad laboral y,
finalmente, la marginación social.
Además de la adicción, el consumo de heroína conlleva importantes riesgos y
consecuencias negativas para la salud. Es necesario tener en cuenta no sólo la
sustancia en sí misma, sino también los adulterantes utilizados en su manipulación,
los hábitos higiénicos precarios y las conductas y prácticas de riesgo a las que se
asocia su consumo.
El uso crónico de la heroína
mediante inyección provoca la
aparición de venas cicatrizadas o
colapsadas, infecciones bacterianas
de vasos sanguíneos, abscesos y otras
infecciones de la piel y tejidos blandos,
y enfermedades hepáticas, cardíacas y
renales. Las complicaciones pulmonares
pueden ser el resultado tanto de los efectos
depresores de la heroína como de la mala salud
del consumidor, que por sus hábitos higiénicos o
estilo de vida codicionado por su adicción, es más
susceptible de adquirir enfermedades respiratorias
(bronquitis, tuberculosis, etc...).
Algunos de los aditivos con los que se mezcla la heroína pueden obstruir los vasos
sanguíneos de pulmones, hígado, riñones o cerebro, y causar infecciones y lesiones
muy graves en estos órganos.
Compartir las jeringuillas u otros útiles de inyección, así como mantener
relaciones sexuales sin protección, provoca infecciones por virus como el de la
inmunodeficiencia humana (VIH), los de la hepatitis B y C, etc...

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